jueves, 17 de enero de 2013


Las imágenes son demasiado parecidas. Pero creo comprender: por momentos me siento el mismo guacho de entonces, sin nada, vacio. Hay una verdad: soy yo; soy un guacho. Pero no afirmaría nada respecto a ningún vacio.
Es un momento de templanza, de fundición, de sangrado y de festejo, el momento correcto de hincar el diente en el banquete. Llenarse la panza, saciar los dientes y los retorcijones del estómago.
Es el momento correcto de bailar desnudo con la muerte y proclamar por el voto universal a la totalidad, al desapego de todas las sensaciones; un voto por la eternidad y la salud, la locura y la vida desbordante.
El mismo guacho, pero ahora relacionado a la idea suprema de querer vivir, aceptar el dolor tan profundamente como sea posible, para volver a emergir de las costras del dolor como he visto a el Orinoco emerger pronto desde las orrillas pantanosas.
Hoy, sé que doleré, porque cada día nazco, y comprendo que el sol sufre al parir a sus hijos cada día, cobijarlos bajo su lumbre, darles calor. Sin pretender, espero a quemarme.
Ya no soy yo el que escribe. He perdido mi identidad y ahora vago por la inmensidad de la hoja, galopando el blanco, intentando llenar el vacio con las letras. Es imposible: NUNCA HABRA PALABRAS SUFICIENTES PARA PODER ABARCAR EL SILENCIO