¿Cómo hacen para aparecer así estos maricones? ¡Son como fantasmas! Así de ganas tienen de vernos bien muertos. Ni los barriletes los ven cuando asoman el hocico como un rayo, y entonces mejor estar despierto o te volviste un cadáver decorando los pasillos de la favela. Uno más para la colección del barrio, como Biroca.
Pobre Biroca, lo abatieron feo, lo dejaron hecho un colador. Pintaste todo el suelo de escarlata, eh Biroca. Te liquidaron igual que como me dijiste que iba a pasar alguna vez. Y yo nunca te creí y ahora estamos los dos acá, jodidos. Porque este no me va a dejar hasta que me vea muerto, como vos.
Porque para eso vino, para llevarnos a los dos, Biroca. Y de verdad que me tiene acorralado. Sabe que fuí yo el que le dí aquella vez y me quiere ajusticiar. No lo maté porque llevaba puesto el chaleco y por eso al gato le queda todavía una vida más. Tendría que haberle abierto la cabeza como a una calabaza, pero me equivoqué y ahora estoy aquí, atrapado, sambando con mi enemigo al ritmo de las balas, sin escapatoria. Sabiendo que le herí el orgullo y eso es lo que más le enfurece.
Porque para él es como si ya lo hubiera matado, y por eso lo único que puede pensar es en ver mi cuerpo sin vida yaciendo en el piso. Por eso no me va a dejar ir. Ver a un negro flaco sin más ropas que unas bermudas y un par de ojotas, blandiendo una 9 frente a su cuerpo y disparándole a quemarropa, repitiendo la escena de su muerte una y otra vez en la película de su cabeza lo volvió loco. Alguien como él no puede permitirse pensar en otra cosa que no sea terminar con mi juego. Por eso sigue ahí, tirándome mientras sigo escuchando las balas que rebotan a mi lado, dispuesto a llevarme en una mortaja de la manera que sea.
¿Pero por qué no se mueve? Si sabe que me queda una bala sola. O quizás no, o no quiere arriesgarse. Quizás este negro le da un poco de miedo, o al menos está siendo cauteloso, porque sabe que aunque haya sido solo por un momento, tuve su vida colgando de mi gatillo.
Pero ahora me tiene, carajo. Me tiene y no me deja salir. Y no hay un solo lugar a donde correr. Sería el suicidio salir hacia campo abierto, le estaría dando una razón para que me fusile. Pero ya no sé hace cuanto tiempo que estoy aquí, con los balazos rozándome la piel, acercándome más a Biroca en cada disparo. Pueden haber pasado días ya, años tal vez. Y yo sigo aquí, al igual que mi pareja de baile, esperando los dos el momento justo, sin movernos un centímetro.
¿Por qué no me liquida? ¿Qué estará esperando? Puede que esté aguardando a que vuelvan los refuerzos que subieron hacia el morro a buscar al Cherife. Si es así, puedo darme por muerto. ¡Maldita sea, si tuviera un par de balas más al menos me llevaría alguno conmigo! Pero no creo que esté esperando a nadie. No, esto es personal. Es entre él y yo, nadie más; así quiere él que sea. Quiere darse ese placer, mirarme a los ojos antes de disparar y ver mis sesos desparramados por todo el lugar, hacerme saber que tiene mi vida en la palma de su mano.
Carajo, necesito algo para esnifar, necesito estar bien despierto. Por suerte tengo la bolsa que iba a venderle a Hermildo; no creo que él vuelva a meterse nada por la nariz nunca más. Escuché su grito cuando lo alcanzó el plomo mientras se dirigía a refugiarse cuando ellos llegaron. Fue demasiado tarde. Y tarde, por estos lados, significa una sola cosa.
Así de cercana está la muerte para nosotros: uno escucha el alarido del que fue alcanzado por alguna ráfaga y ya sabe de quién se trata. Es un sonido tan particular que a veces asusta. No puede tratarse de otra persona que no sea la que fue ejecutada, es como si uno cantara su funesta canción de su despedida.
Y ahora siento que ha llegado mi turno de cantar o hacer que mi enemigo lo haga. No tengo más opciones, no tengo más remedio: una bala y dos canciones. De nada más vale la espera, es el momento. A todo o nada, como lo ha sido siempre, con la sangre inquieta en las venas.
Aprieto la pistola y me arrimo un poco más al borde. Siento mi respiración pesada e intento calmarla; puede oír los latidos de mi corazón. Una gota de sudor cae pesada desde mi cien, bajando por mi mejilla para caer en el asfalto y rajarlo; tengo mis ojos abiertos como dos persianas, atentos a lo que se viene, listos para brillarle a la muerte una vez más. Despejo mi cabeza para poder ver lo que me espera al asomarme desnudo ante mi verdugo o mi victima; siempre fue lo más importante para mí. Me acerco por última vez al borde, lo más cercano posible al vacio. Estoy listo, no tengo miedo. Ahí voy, una vez más, a buscar lo que me pertenece....
Bang.