lunes, 19 de octubre de 2009

Dijo esas palabras y se sintió como todo un letrado. Estaba contento de no tener nada encima en ese momento, no porque lo fueran a requisar ni a detener, de hecho, no se hubiera dejado examinar si hubiera tenido algo consigo, sino porque sabía que tenía razón y no tenía nada que demostrarle al hinchapelotas ese del unifome azul; era como ganarle el partido sobre la hora al muy puto.
-Yo tengo jurisprudencia y jurisdicción sobre su persona porque represento al Estado de la Nación, y usted no tiene los documentos; puedo llevarlo a la seccional para averiguación de antecedentes y demorarlo –dijo el poli, como si de repente hubiera recordado La Constitución entera–.
-Pero yo no estoy haciendo nada, vos me ves. No tengo antecedentes. Además, ¿no leíste la nueva ley de despenalización? Vos no podés andar requisando porque sí.
-Pero usted no tiene documentos.
-Bueno, vos no me podés requisar. Si me querés requisar –confió Marco como último recurso– vas a tener que hacerlo con un testigo, porque es mi derecho, y porque yo no me puedo confiar. De vos, ni de nadie. Vos me estás revisando y de repente me metés algo en el bolsillo y yo me como un garrón por no ser precabido.
-No –aseguró serio el oficial–. Yo no gano nada con eso.
-Vos no ganas nada, pero yo pierdo todo. ¿Está bien?
-Sí, sí, caballero.
-¿No soy libre para caminar por la calle?
-Sí, como dice el artículo 14 de la Costitución Argentina –dijo el buchón en otro repentino ataque de memoria–.
-¿Entonces puedo retirarme?
-Sí.
-Bueno, buenas noches entonces.
Marco reemprendió la marcha de vuelta para la Avenida. Estaba contento de haberle roto el orto al rati de mierda ese. De haberlo mandado a cagar por el resto de los tiempos y hacerle comer su propia basureada por quererse haber hecho el Oficial Poronga.
-Así te quedó el orto –pensó Marcos, para sus adentros–.
Pero al alejarse unos escasos pasos bajando para la avenida, el policía decidió llamar nuevamente su atención.

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